domingo, 18 de diciembre de 2011

Jóvenes

Chamarras de cuero frías, como nuestras manos. Clavículas huesudas que se botan de la blusa invitándonos a un beso, a un chupete.
Nos cayó la noche para hacernos libres, para caminar las avenidas, para titiritar de frio mientras nos ocultamos de las luces de los autos, que nos zumban, que nos pasan cerca, que nos invitan a dar un salto en medio del camino y terminar de una vez por todas con todo esto.
Somos ángeles negros, sucios de hollín, con las alas quebradas, quemadas de cigarrillo y pintadas de grafiti. Somos perros flacos, vagabundos, sin alma y hogar, solo huesos y pellejo, deambulando las calles, hurgando entre recuerdos, buscando amor o la colilla de un cigarro, lo que aparezca primero.
Somos dos novios flacos, de pantalones escurridos a las caderas, de piel blanca y uñas negras, somos jóvenes, somos ebrios, nuestras risas locas, nuestros besos con los labios resecos. Tenemos charanda y música de fondo, podemos pasar la noche entera platicando.
Porque un día dejaremos de ser esto, engordaremos y nos vestiremos de traje y corbata, nos sentaremos a ver el futbol y a quejarnos de nuestras vidas, de las cuentas pendientes y los impuestos. Un día seremos lo que hoy odiamos, cuando matemos esto que amamos.
Pero solo por hoy, seamos jóvenes, otra vez y para siempre. 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Rey Mago

Volteé a ver el reloj y vi las 4:30am. Mi mamá me decía en voz baja “Willy, Willy, despierta, necesito hablar contigo”. Mi papá unos pasos atrás de ella, también estaba allí más alejado, con cara seria y la chamarra de mezclilla con borrega puesta. Fue hasta que lo vi a él que noté que mi mamá tampoco estaba en pijama sino que también estaba vestida con su gabardina negra.
Caminamos hacia la sala y nos sentamos en el sillón, se les veía preocupados, tristes, angustiados. Yo apenas tenía ocho años pero sabía que algo estaba mal. Era seis de enero.





Un día antes mi hermana había puesto dentro de su zapato una carta con la lista de juguetes que le pediría a los reyes magos, yo mismo le ayudé a hacer  los dibujos para que no se fueran a equivocar. El año pasado había pedido un hornito para hacer pasteles que sabían a hot cakes, ese estuvo bueno, no como sus muñecos que simulaban bebés horribles con miradas escalofriantes, que abrían los ojos cada vez que los levantabas.

A mí me habían traído una consola para jugar videojuegos con varios cartuchos, solo eso me trajeron, sin embargo fue un regalo excelente, mis primos venían a la casa y jugábamos en turnos de dos. Era muy divertido hasta el momento en que mi hermana quería jugar con nosotros, y obvio, no sabía y yo terminaba regañado y castigado por gritarle y no dejarla jugar.
Para este año yo había pedido una bicicleta, la que tenía ya no me quedaba y las de salto se estaban poniendo de moda entre los chicos de la cuadra.


Por eso me sorprendió voltear a ver el arbolito de Navidad vacio faltando tan pocas horas para amanecer y mis padres vestidos y con cara de angustia llamándome en la madrugada a platicar en la sala.
-¿Ya sabes quiénes son los reyes magos?-, me preguntaron. 
Tuve miedo de responder que mi primo Víctor me había dicho ya desde hace varios meses atrás que los reyes magos no existían, que eran los papás. Sin embargo asentí en silencio con la cabeza. Mi mamá no pudo contener el llanto y me abrazo mientras sollozaba.


-Nos robaron los juguetes, Willy. Fuimos a casa de tu tío Ernesto que los tenía guardados en la bodega de su negocio, y cuando salimos, pasamos al mercado a comprar la botita de dulces, fue cuestión de unos minutos que nos alejamos del carro y cuando regresamos habían abierto la cajuela y se llevaron todo.-


Sin dejar de llorar, continuó mi madre su relato. –Estuvimos buscando jugueterías y centros comerciales abiertos pero ya no encontramos nada, algunos inclusive ya habían cerrado, además ya no teníamos mucho dinero, así que lo único que pudimos hacer fue regresar al mercado y comprarte un balón de futbol y una muñeca a tu hermana.


Sus lágrimas me contagiaron y empecé a llorar con ella, mi padre también lloró un poco.
Me puse de pie y saqué la consola de los videojuegos, mi mamá supo cual era mi intención y me dijo que no, que estaba bien, que ya verían que hacer más tarde.


-Mami, yo sé que ya no tiene dinero y ella siempre ha querido el videojuego, se lo quiero  regalar.  La caja original servía para guardar los cartuchos, así que solo tuvimos que limpiar todo, empacarlo nuevamente, envolverlo y ponerle una tarjeta con  su nombre.


Volvimos todos a la cama, me acosté llorando en silencio y no me di cuenta cuándo me dormí, hasta que mi hermana todavía en pijama y despeinada me despertó sonriente -¡Willy, Willy, los reyes magos me trajeron un Nintendo!, ¡como el tuyo!-


La abracé fuerte, compartiendo con ella su alegría. Sí nena, como el mío, a ver, vamos a verlo.

Ese día fui Rey Mago a los ocho años.   

miércoles, 26 de octubre de 2011

TAL VEZ CAMBIAMOS

Tal vez cambié yo, tal vez sólo cambió la forma en que me miras. Tal vez siempre fui el mismo, sólo que antes me veías distinto.

Todo era silencio y viento, veíamos a lo lejos las luces de los edificios y el transitar de los autos por las avenidas, sus luces pequeñas se movían y si alzábamos la vista, aparecían unas más tenues pero más hermosas las estrellas y la luna que compartían con nosotros la noche.

Era un silencio cómodo, a veces interrumpido por un pequeño suspiro o un resollar de la nariz, el frío y el olor a noche rodaba por nuestros rostros y agitaban su cabello. Compartíamos un cigarro y ella me acariciaba la oreja mientras mi cabeza descansaba sobre sus piernas.

Era un silencio placentero, escuchar la noche, el viento, las palabras que no decía pero que sus ojos expresaban.

Vámonos, me dijo. Le di la última fumada y me puse de pie, la tomé de la mano, como cuando novios, y nos fuimos caminando a casa, como si no hubiera pasado ya un año, como si nada hubiera pasado. Ya no quise recordar la tarde en que azoté la puerta y en medio de gritos partí.

¿Cómo fue que llegamos a ese punto?
¿Cómo fue que las caricias se convirtieron en olvido, los cariños en insultos, los besos en indiferencia?
¿Cambié yo, cambiaste tú?
¿O simplemente cambió la forma en que me veías?

Culpamos y juzgamos a las personas ignorando que tal vez nosotros mismos fuimos los que cambiamos la forma de ver las cosas.

Lo que un día amaste tal vez fue sólo una expresión efímera de mí, tal vez fue lo mismo que he hecho siempre, pero que en ese momento, te pareció diferente, mejor.

En la costumbre y en la monotonía de vivir juntos nos fuimos perdiendo de aquellas caricias, de la aventura de buscar el momento de estar solos. Quise cambiar por ti y terminé perdiéndome a mí, a ti y a nosotros mismos.

Hasta esta tarde de hoy en que nuestra soledad nos llevo por separado y coincidimos en aquel mirador donde solíamos estar juntos.
No hubo palabras ante el reencuentro, los dos sabíamos de alguna forma, que queríamos estar juntos, que merecíamos comenzar de nuevo y darnos la oportunidad de ser otra vez felices.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Me quedé sin ti.

Me quedé sin ti, pero más que sin ti, con nada, con un vacío de besos, con palabras que no se dijeron, con sueños que no cumplí.
Me quedé sin ti, en medio de la noche, en medio de canciones, de poemas, de recuerdos, de fotografías que hoy me resultan ajenas.
Me quedé con un vaso roto clavado en la mano, haciendo sangrar mis labios, haciendo llorar mis ojos, rascando los recuerdos de mis mejores momentos contigo.
Me quedé fraccionado, deshecho, incompleto, me quedé sin ti, que eras mi mitad y a la vez me quedé con nada.

viernes, 17 de junio de 2011

Frente al espejo.

Así que ese día me encontré a mí mismo frente al espejo gesticulando, revisando si se me salian los vellos de la nariz, si la barba estaba alineada y ensayando mis sonrisas, improvisando lineas para presentarme y saludar, pensando en temas de conversación, en las posibles respuestas y en las reacciones que tendría.

De repente, un recuerdo golpeó mi mente y me pregunté entonces dónde habrán quedado los días en que de manera natural saludaba e improvisaba una charla amena con cualquier mujer.

Cómo esos tiempos de adolescencia, cuando en el camión me sentaba al lado de una chica y comenzaba a leer mis poemas en voz alta, sin importar lo raro que me vieran, tal vez con toda la intención de que así fuera.

De regreso a mi imagen en el espejo, muchas preguntas surgieron en ese momento, pero todas dirigidas hacia lo mismo: ¿qué pasó con nosotros, con la comunicación?

Nos encontramos amando y esperando un estímulo virtual de aquel amigo o amor remoto, distante, atrapado detrás de una pantalla, de una fantasía, de un sueño que se sueña despierto pero a la vez ensimismado y ausente de la vida cotidiana.

Dejamos (sin darnos cuenta) de brindar atención en las personas que nos rodean, buscamos cada oportunidad y cada tiempo para volver aquí, para saludar a los amigos, para sentir que le importamos a alguien, a ese alguien que está lejos, que no nos conoce, que nunca lo hará.

Y mientras eso pasa, dejo morir la sonrisa que estaba ensayando en el espejo y me sorprendo ahora limpiando una lágrima de mis ojos.

Pero qué voy a saber yo de eso, si  me alegro cada vez que tengo nuevos y más lectores, gente que me quiera escuchar mientras yo mismo cierro mis oídos a quien me habla, a quien me ama.

Apago el teléfono y me dispongo entonces a salir así, sin guión ni ensayo a mi encuentro.

sábado, 21 de mayo de 2011

El colibrí

Si no hubiera sido por el gato que lo miraba fijamente ni cuenta nos habríamos dado (ya sabes cómo miran los gatos).

Lo ahuyentamos con una mirada y un gruñido igual de feroz que el que él nos hubiera dado a nosotros si fuera de nuestro tamaño. Cuando se fue, pudimos ver el pajarito ahí tirado sobre el pasto. Tratamos de ubicar a simple vista el nido en el árbol pero las ramas estaban muy altas.

Pobrecito, temblaba de frío.

Lo sujeté entre mis manos con mucho cuidado y me lo eché a la bolsa de la chamarra. Nos fuimos en las bicicletas de regreso a la casa.

Al llegar allá, buscamos una caja de zapatos y algunos trapos viejos para acondicionar su nuevo nido. Fue entonces que lo vimos bien cuando notamos era un colibrí.  Le acercábamos flores al pico pero solo temblaba. Ese temblor nos estremecía tanto como a él. Sufríamos de verlo sufrir y nos angustiaba mucho no saber qué hacer.

Entonces llegó mamá (y como las mamás lo saben to-do), nos dijo que le diéramos agua con miel. Así lo hicimos, mojábamos las flores y las acercábamos a su pico, cuando sintió el agua la empezó a lamer.

Después de comer finalmente dejó de temblar, cerró los ojos y se durmió. No podíamos dejar de verlo, como si fuera un bebé recién nacido. Lo dejamos y fuimos a buscar información de los colibríes. (¿Ustedes sabían que tienen que comer cada dos horas?)

El Pájaro Nené lo bautizamos. Ay mamá, siempre tan ocurrente.

Pues nada, que desde ese día, tuvimos al colibrí dándole de comer a cada rato, nos angustiaba que se le pasará la hora. Cuando tenía hambre, temblaba. Andábamos en la calle y nos acordábamos del pájaro y córrele de regreso a la casa para darle de comer. Desayunaba antes que nosotros y hasta nos parábamos a media noche para ver si estaba bien.

Le fueron creciendo y despegando las alitas, se agarraba de una rama que habíamos puesto adentro de la caja y aleteaba fuertemente sin soltarse, se veía bien bonito queriendo volar, me imaginaba que si tuviera mucha fuerza, saldría volando cargando su caja de zapatos.

Pasaron ocho días y ya se salía de la caja, pero no volaba bien, chocaba contra todo y lo teníamos que guardar otra vez.

Temíamos también que no supiera comer cuando se fuera. El instinto le decía que era hora de abandonar el nido y a sus amorosos y preocupones padres humanos, para convertirse en un joven y apuesto colibrí.

Entonces lo llevamos otra vez al parque de donde lo recogimos y le dimos de comer por última vez. Empezó a agitar sus alas y voló.

Se fue.

Se paró en una rama y brincó a otra, luego voló de un árbol a otro y luego lo perdimos de vista. Lloramos de alegría un poquito, nos dio orgullo haber cuidado de él y salvarlo al menos una semana. No sé si el mismo instinto le diría que ya no habría flores con agua y miel directo a su pico, y que tenía que empezar a buscar el alimento por sí mismo.

Nos gusta pensar que se logró, que vivió y que él, era el mismo colibrí que a veces volaba cerca de la casa y pasaba a saludarnos, a decirnos gracias o a presumirnos lo guapo que se puso.

sábado, 16 de abril de 2011

Los Abuelos.

Me gustaba mirar hacia atrás, ver como se levantaba la polvareda a nuestro paso, el motor del Valiant 72 rugía con furia, como si se quejara con el abuelo por sacarlo de la ciudad y meterlo en ese camino de terracería. Las pequeñas rocas salían disparadas hacia los lados y yo me entretenía pensando en las pobres hojas de los arboles que estaban a un lado del camino, todas terrosas, molestas quizá por haber nacido justo ahí y condenadas a vivir llenas de polvo y tierra.

En la radio sonaban canciones viejas, tan viejas, que hacía parecer aun más viejo el radio, el auto y a la abuela que dormitaba en el asiento de al lado, su cabeza bamboleaba de aquí para allá pero no la despertaba, o tal vez hasta la arrullaba. El calor era seco y el camino parecía interminable, el sol radiante nos seguía y las montañas parecían moverse lentamente, las nubes iban tornando en formas que me exigían con insistencia parecerse a algo, a cualquier cosa pero no pasar desapercibidas como un simple cúmulo en el cielo.


Cuando fue joven mi abuelo, dejó el pueblo, se fue a probar suerte a la ciudad de la mano de mi abuela con su primogénito en brazos. Una vez allá trabajo de obrero, cartero, repartidor… hasta que un buen día se hizo asistente de fotógrafo y de ahí aprendió el oficio que ejercería toda su vida con tanta pasión, y del cual todos nos sentiríamos orgullosos por la maestría y el arte con el cual desempeñaría por el resto de su vida laborar, hasta aquel triste día en que simplemente ya le fue imposible sostener la cámara y enfocar, debido a que tenía que sostener el bastón.


Desde que salió, ya no regresó a su pueblo sino muchos años después cuando su padre ya enfermo no podía hacerse cargo de las tierras para sembrar y él tuvo que tomar la responsabilidad de administrar.


Tuvieron muchos hijos, y después muchos nietos, entre ellos yo, que ese día viajaba en el auto del abuelo viendo la polvareda que dejaba el Valiant a su paso, en uno de sus múltiples viajes a su tierra natal.


Allá, había una casa grande, de dos pisos, con cuatro recamaras y solo un televisor en blanco y negro, que captaba apenas la señal borrosa de 3 o 4 canales, mis anheladas caricaturas simplemente no figuraban allí, mis primos odiaban ir al pueblo, tan lejos de la civilización y sus comodidades. Pero para mí, era un lugar mágico.


En cuanto llegábamos me bajaba del auto y buscaba con la mirada a mis amigos Isidro y Ventura, muchachos con la cara roja, quemada por el sol y con la frente arrugada, caras de viejo con cuerpo y alma de niño, sucios y rotos de la ropa, me chiflaban desde arriba del árbol para que fuera a jugar con ellos, cazábamos liebres, codornices, matábamos víboras, nos trepábamos a los arboles de granada y comíamos hasta que nos dolía la panza, con las mejillas coloradas manchadas por el jugo de la fruta, caminábamos hasta llegar a un río donde nadábamos y nos lanzábamos desde los arboles. Me contaban leyendas terroríficas de brujas y demonios que se convertían en perros para atormentar a la gente mala.


Apenas hablaban español, entre ellos hablaban Otomí, pero nunca cuando estaba yo para que no pareciera que dijeran algo malo de mí, aunque sabía que nunca lo harían, éramos amigos.


Aunque eran niños tenían que ayudar, y su labor consistía en llevar a los borregos a pastar al cerro, nunca fue trabajo en realidad, era una emoción y más que nada un juego.

Por las noches hacíamos fogatas y comíamos elotes asados, mi abuela platicaba anécdotas, muchas veces nos contó la misma y aunque ya la sabíamos pedíamos que la contara otra vez, con la esperanza de que recordara nuevos detalles o simplemente reír nuevamente de lo que ya sabíamos que iba a pasar al final de la historia. Por muchos años mis vistas al pueblo fueron aventuras, rasguños, moretones y mordeduras de animales, muchas carcajadas y recuerdos gratos. Hasta que un día crecí, dejé de ir al pueblo y los niños se hicieron hombres.

Es curioso ver como las personas cambiamos tanto en tan poco años mientras los arboles, los ríos y las montañas pareciera que siempre serán los mismos.

Hoy el abuelo ya no maneja, difícilmente camina y la abuela solo dormita en un sillón, enferma, ya no nos puede contar las viejas anécdotas. Hoy solo la miro con su carita ya muy arrugada mientras le acaricio su cabello delgadito y la abrazo para oler ese olor suyo a cariño, a lágrimas que me secó en su gabán, a las manzanas que nos comíamos en el camino al pueblo cuando yo era niño, ese olor a sus besos en mi frente, al recuerdo de su voz que se quebraba mientras cantaba las plegarias en la iglesia.

Somos lo que las personas que amamos dejaron en nosotros, muchas veces sin saber que lo estaban haciendo.



sábado, 19 de marzo de 2011

Tula



Llegó a casa cansado y saludó a todos con una sonrisa, se fue directo al sofá y se quitó los zapatos, sacó de la bolsa del saco el sobre que contenía su cheque, lo vio y revisó las horas trabajadas, miró el importe, restó en la mente la cantidad de los impuestos retenidos, apretó los labios y movió la cabeza, levantó la mirada arqueando un poco la ceja, suspiró, caminó hacia el calendario y ubicó a fecha, fijó la vista en el 18, se llevó el índice y el pulgar a los parpados respectivamente, se tallaba los ojos y balbuceaba mientras hacía cuentas mentalmente… seguro del carro, comida, gasolina, teléfono de la casa, el pago de la tarjeta... suspiró y se mordió un poco el labio superior. Apena salió para pagar todo, exclamó para sí.



Me acerque a él, yo tendría unos 10 años y le expliqué que tenía que hacer un proyecto de la escuela en referencia a la cultura Tolteca con presentación por escrito y maqueta.

Desconociendo el tema, fuimos a la papelería y compramos una de esas estampitas con información y dibujos al otro lado, regresamos a casa y buscamos en la enciclopedia y notaba a mi papá un tanto desconcertado, me sonrió y me alborotó el cabello poquito y me dijo: parece que nos vamos a aburrir bastante y no le vamos a entender, así que se puso de pie y le dijo a mi mamá: deberíamos de ir a Tula para ver qué onda. Y como siempre le gustó manejar, (especialmente la vida de los demás) nos fuimos en el carro los cuatro.



Tula se encuentra localizado en el estado de Hidalgo, México, en un par de horas llegamos ahí desde ciudad de México, es famosa por el centro ceremonia de Tula, el cual fue fundado por los toltecas alrededor del año 900 D.C, en la actualidad se puede observar los restos del templo de Tlahuizcalpantecuhtli o templo de la estrella de la mañana, en cuya cúspide se yerguen los famosos Atlantes de Tula, estatuas de 4,6 metros de altura, representaciones de dioses toltecas, que se cree eran los pilares del techo del adoratorio dedicado a Quetzalcóatl, por lo que se cree que los Atlantes simbolizan a su ejército.

Saliendo de ahí, fuimos a comer quesadillas y comida típica de la región, estuvimos jugando mi hermana y yo con unas gallinas y correteando a unos borregos que por ahí andaban.

Llegamos a la casa, muy contentos llenos de fotos y sonrisas y muy pero muy cansados.

Al día siguiente, mi papá volvió a mirar el calendario y descubrió esta vez un 19, volvió a pensar en los pagos pendientes y se dijo ni modo TELMEX, te vas a tener que esperar hasta el próximo cheque. (Lo sentimos el número que usted marcó está fuera de servicio, no es necesario que lo reporte al 050)

En ocasiones tenemos que dejar a un lado las exigencias cotidianas de la vida y brindar un tiempo y dinero a la familia. Los hijos lo agradeceremos, algún día.

Gracias a Papá y Mamá.



sábado, 5 de marzo de 2011

CUANDO TODO PASE

Cuando todo haya pasado y las lágrimas se sequen, cuando amanezca de nuevo y descubramos que un nuevo día ha llegado, que miremos el reloj de nuevo y la vida nos exija que ya es tiempo de volver a la rutina.


En este nuevo día cuando todo ya ha pasado, estaremos nuevamente en el trabajo, en la casa, en la calle, con los problemas nuevos, con los mismos de siempre, con los viejos achaques y la exigente vida, las nubes se habrán ido y el sol iluminará las ventanas cuando todo pase.

Sin embargo, cuando creamos que ese día ha pasado volverás a nuestra mente en forma de recuerdo, en un vaso, en un suéter, en aquella blusa que era tuya, en el chiste que nos platicaste. Cuando veamos en la mesa el lugar vacio que era tuyo, la almohada marcada por el peso de tu cabeza. Pensaré que escuché tu voz y que todo esto que pasó ayer no fue más que un sueño, una pesadilla quizá. Querré pensar que no has partido y que cruzarás la puerta como cada tarde.

Entonces volverán las lágrimas, las preguntas, las culpas, los por qué, los hubiera.

Y entonces mi niña; solo entonces comprenderé que ese día no ha pasado, que es imposible decirte adiós y dejarte ir así de fácil, así como así. Como podré olvidarme de tu risa, de tus abrazos, de tu compañía de cada día, de todas las lagrimas que juntos lloramos, de las veces que grite tu nombre, de tu cara, de tu voz.

Este nuevo día me harás más falta que el de ayer cuando te tuve, cuando volteé y no te mire, cuando te sienta y no te encuentre.

Sé que ahora están con Él, y sé también que estarás conmigo cuidando de mí en cada paso que dé, no voy a cuestionar por qué te fuiste, por qué te llamo tan pronto, por qué te arranco de mis brazos. No lo haré.

Cuando todo pase me daré cuenta que nada ha pasado que somos todos solo viento, solo polvo, que somos frágiles. Y que lo único fuerte es el espíritu que nos mantiene de pie.






Hasta siempre, Mary Carmen.






viernes, 18 de febrero de 2011

Fiesta familiar

El jueves por la tarde saliendo de trabajar fuimos a Carl's Junior mi compañero gringo Ian y yo por una hamburguesa; mientras comíamos me preguntó acerca del precio de rentar un departamento en ciudad de México, se sorprendió de lo barato que puede ser comparado con el precio que se paga aquí en San Diego.




¿Por qué pagar tanto aquí si se puede vivir por tan poco allá? me preguntó. Así que le platiqué de todas las desventuras que se viven en la ciudad, le platique del los viajes sardina en el metro, de los muy peligrosos viajes en el estribo de los microbuses, de las más de 500 marchas anuales y los bloqueos en las principales avenidas, de la pobreza, de la marginación, del desempleo, de la falta de oportunidades para los jóvenes y los viejos, de la corrupción de los policías y las autoridades, de la inseguridad... En fin, una lista enorme de defectos que tenía mi ciudad de México.

Se quedo un poco pensativo y me preguntó entonces, ahora dime qué es lo mejor de vivir allá. Pensé algunos minutos y no encontré la respuesta pronta y como mis papas ya se habían terminado me fui a mi casa sin darle una respuesta.



El sábado siguiente tenía que viajar precisamente a ciudad de México para arreglar algunos asuntos pendientes y a visitar a mi madre, cuando llegué allá coincidió con la celebración del bautismo del hijo de un primo mío y me dieron muchas ganas de ir, porque tenía mucho tiempo sin verlo.



Después de la misa salimos todos al atrio del templo y mientras los niños corrían en el jardín lateral los adultos bromeamos mientras nos tomábamos fotos. Luego nos fuimos todos a la casa de mi primo, la fiesta comenzaría horas más tarde pero desde que llegamos empezamos a platicar sobre muchas de las aventuras que tuvimos cuando éramos adolescentes, hasta que el “diyei” que amenizaría la fiesta nos aturdió con las pruebas de sonido.



Llegaron al fin los tacos y como era de esperarse llegaron también más invitados que no habían ido a la misa, es la fórmula infalible Tacos-Gorrón que nunca ha fallado desde la invención de los tacos.



Empezó la música, se abrieron las cervezas y la tarde se desvanecía, un niño que corría chocó contra mi pierna y cayó al suelo, cuando lo ayudé a levantarse me miro a los ojos y me encontré entonces con una imagen infantil que recordó a mí mismo cuando fui niño. La magia surgió en ese instante, durante la noche se abrió una puerta dimensional tiempo-espacio, lugar-fecha, cumbias-cervezas, barrio-bailongo. De repente se empezaron a salir de mi mente todos esos recuerdos de mi infancia y mi juventud que estaban atrapados desde hace varios años en mi memoria, en mi espíritu. Ahí estaban las mismas caras, la misma música, las mismas escenas.



Los niños todos, conociendo nuevos primos que venían de quién sabe dónde, corriendo por todas partes, jugando por toda la casa, en las sala se deslizaban panza abajo por las escaleras alfombradas, las mamás los regañaban, los papás platicando todos con la cerveza en mano.

A la hora del bolo, los empujones y carcajadas por atrapar algunas monedas hacían más divertido el momento que el dinero mismo.



Yo quiero bailar huaracha con una linda muchacha, me cantaba una joven que me invitaba a bailar con la mirada. En el patio trasero de la casa acondicionado como pista de baile sonaba la cumbia, el rock&roll, y el chachachá. Yo bailé todas con casi todas. Me quedé con ganas de bailar con la madrina chichona pero tuve miedo de morir de un tetazo (un amigo me platicó que su compadre murió de eso y no me quise arriesgar) no pude tampoco y no quise ni intentar, ocultar la alegría que me provocaba ver jugar a mis recuerdos con el presente, a tantos años a tanta distancia.



El martes por la tarde ya de regreso en san Diego, me encontré con Ian otra vez, me detuve frente a él y con firmeza le pude responder que lo mejor de vivir en México es la comida, la gente y esas fiestas familiares que no se repiten nunca o casi nunca.



Me di cuenta que no había traído ninguna de los cientos de fotografías que nos tomamos, pero con solo cerrar los ojos y recordar la mejor fiesta a la que fui hace diez años o hace cinco días, podía tener las imagines vivas en mi recuerdo, al final de cuentas son las mismas escenas, la misma música, las mismas cervezas, los mismos tacos y las mismas caras... tal vez un poco más arrugadas y algunas ya calvas.

sábado, 5 de febrero de 2011

Tocada de Rock

En un cartél impreso con colores azul y amarillo descolorido afuera de la estación del metro normal, se muestra una calavera de pelos parados, chamarra de cuero y puntas metálicas sobre los hombros, con pantalón ajustado y tenis Converse de media bota, en posición agresiva.




Viernes 14 de Julio

Deportivo Plan Sexenal

El Tri

Haragán y Cia

Liran’Roll

Angeles del Infierno

Rebeld’Punk

Y muchos más



Entrada General $25



Bandas de rock vendrán, bandas de rock desaparecerán, Miguel Ríos Miguel Ríos, le fascinan los huevos en especial los míos.



Era el principio de los noventa, se podía ser joven sin ser emo, ni existían. Yo era un chico largo y flaco, esa tarde estaba más que preparado, digamos disfrazado, chaleco de mezclilla rasgado, sin mangas por supuesto, con una estrella de cinco puntas marcada con plumón a la espalda, playera negra de calavera, pantalón de mezclilla y botas negras industriales con el casquillo pelado, muñequera de piel negra y guante sin dedos con estoperoles en los nudillos.



Siempre me visto de mezclilla cuando a las tocadas voy, yo soy un chavo de onda y me pasa el rock and roll.



El Piojo y su hermano Tavo, los Tachunes, Gayo, Hudson y Monzón, tendríamos que pagar $200 no juntamos ni $80 entre todos y aun así nos dejaron entrar no sin antes rogar unos 15 minutos, cruzando la puerta el grupo se dispersó moviendo la cabeza rítmicamente al estruendo de la batería y la guitarra eléctrica. Monzón que siempre fue el más putito no se separó del Piojo y de mí, además de todo éramos los mejores amigos.

En el centro de la cancha de básquetbol se formaba un inmenso mosh pit, jaurías de punketos galopaban en círculo, la adrenalina, el alcohol y la marihuana sedaban el cuerpo y convertían el dolor de los puñetazos en puro placer.



Escurridizo trasnochero por los callejones tenebrosos, caminando sigilosamente buscando una víctima inocente, el monstruo atacará y nadie lo sabrá.



Las cervezas en bolsa de plástico a $8 amarradas de la boca y con un hoyo en una de las esquinas despachaba a nuestras gargantas sedientas, eran tiempos sin H1N1 y el solo tallar la superficie con la palma de la mano antes de pasarla al compañero de a la lado era suficiente para desinfectarla de las babas, sin embargo se hizo presente un cabrón que se acercó ya hasta la madre de drogado, despeinado, con los ojos rojos desorbitados, arrastrando los pies, bolitas de babilla seca amarillentas en las comisuras de los labios y mojándose los mismos con la punta de la lengua que pedía un trago que lo acabara de fulminar, con tal de no seguirlo viendo aquella pobre alma en pena compartimos de la cerveza. En esos casos, la inmunización de la bolsa requería medidas más extremas como usar el interior de la playera o de plano hacerle otro hoyo a la bolsa.



María has perdido media vida entre la sobredosis y el alcohol, María andas ya medio perdida



Subimos a lo más alto de las gradas para ver mejor, ahí estaba el Splinter fumado marihuana de segunda mano, el humo espeso de los cigarros de tabaco y marihuana se condensaba en las alturas.



Subió al fin al escenario Alex Lora y con su pinché música para locos y su desmadre organizado hacia cimbrar el casco de la cancha. El ritual de la danza seguía al ritmo de: Sara me llamo Caro Quintero Sara Sara Sara Sarararara Sara Sara Sara Sararara ay Sara como te quiero.



Monzón llamo mi atención para decirme: ¿ya viste ese carbón?



Al otro extremo de la cancha un tipo venía rodando en sentido contrario al centenar de punketos sintiéndose tal vez el tronco inmenso de un roble de 70 centímetros de diámetro derribando al que se descuidara, provocando la caída de los despistados, parecía lograr su cometido algunas veces, me admiré de la fortaleza de aquel valiente al rodar su cuerpo de esa manera.



¡No mames!, debe andar hasta la madre - le respondí.



Sin pensarlo dos veces, bajé los escalones apresuradamente de dos en dos y me integré a esa masa deforme arrabalera, de rock y rebeldía, de juventud y excitación. De alguna forma navegué entre la muchedumbre dirigiéndome casi en línea recta hacia mi objetivo, faltaban muy poco metros, alternaba los brazos con ritmo para proteger mi cara de los codazos, mi nuca no escapo a los chingadazos, mi cuerpo no sentía los golpes, la emoción se incrementaba en la misma medida en que la distancia se reducía entre mis botas industriales de casquillo pelado y aquel valiente que se sentía roble. Lo tenía justo a mis pies; no recuerdo nunca haber pateado a nada ni a nadie con tanta fuerza directo al costillar.



¡Uuuughh! Exclamó aquel ser con algo más que dolor. Seguí mi danza y me moví a la parte central de la cancha para poder ver la reacción del valiente que había quedado atrás, de rodillas ya afuera del mosh pit aquel tipo se dolía de la patada que yo le había propinado, su cabellera obscura larga me impedía ver su rostro y aun así podía imaginármelo, apretando los ojos y los labios del dolor. Subí con los míos de regreso a las gradas, al cabo de algunos minutos el roble humano se incorporó y echo su larga cabellera hacia atrás, fue hasta entonces cuando reconocí su cara.







¡Upss! Era el hermano de mi papá mi tío Chucho. Creo que la cagué, nunca se lo confesé.





No es mas que otra tocada más, no es mas que otro reventón, de subir y bajar de salir y de entrar no es mas que otra tocada.


(Nota: Los renglones en cursiva son estrofas de canciones)

sábado, 29 de enero de 2011

El día que duró una hora.

Sus tetas pequeñas golpeaban mi rostro, yo trataba sin éxito de capturar aquel pezón entre mis dientes, sus labios entre abiertos a ratos besaban mi boca, a ratos solo jadeaban, cerraba los ojos mientras alzaba la cara buscando callar el ventilador del techo, que con furia giraba ruidosamente. La miraba fijamente a los ojos mientras mis manos sujetaban sus nalgas por debajo de su falda y su sexo arremetía contra el mío en un absoluto frenesí, recargado contra el sillón la firmeza del piso me calaba hondo en los huesos, aun así no podía detenerme, el simple hecho de mirarle con la blusa abierta su pecho desnudo era ya para mi excitante, el sol de las cuatro y media de la tarde se colaba entre las persianas como deseando ser testigo intruso de nuestro momento, no alcanzaba a comprender como se sentía en la realidad lo que había soñado tantas veces, sus tobillos detrás de mi cadera se anudaban fuertemente, mientras sus brazos sujetaba mi espalda aprisionando nuestros cuerpos, parecíamos desesperados, parecíamos fuego, parecíamos luz, éramos jóvenes, muy jóvenes.




El día que la vi por primera vez llevaba ella sus cuadernos en ambas manos sujetándolos por enfrente de su abdomen, caminaba con pasos muy seguros rumbo a su salón acompañada de una amiga. La falda negra apenas arriba de las rodillas se movía lenta y rítmicamente mientras caminaba hacia mí, en pocos segundos recorrí sus grandes ojos negros, sus labios, su pelo largo y lacio color castaño, sus muslos, sus caderas, cruzamos la mirada cuando estuvo cerca y levanto ligeramente la ceja sin detener su caminar; luego corrió la vista hacia enfrente con cierto desdén pero ya era muy tarde porque en ese segundo me dijo su mirada: Sí, tú también me gustas. Sin parpadear la seguí con la mirada hasta que desapareció en la muchedumbre del colegio.



Como casi todas las historias la nuestra comenzó igual: Hola amiga, ¿cómo te llamas?, estás muy bonita, yo también voy a esa clase, te acabo de agregar como amiga en mi Facebook, ¿te puedo hablar por teléfono?, ¿quieres que te acompañe a tu casa?, ¿hacemos juntos la tarea?, eres muy buena onda, me encanta estar contigo, ¿sabes que el tiempo se me pasa volando cuando estoy a tu lado?, cuelga tú, no cuelga tú primero, ¿puedo abrazarte?, sabes que me encantaría poder robarte un beso... ¿Quieres ser mi novia?



Bla, bla, bla... Digo, nada nuevo. Tampoco era nada nuevo que una tarde mientras su mamá no estaba y con el pretexto de estar haciendo la tarea, hacíamos el amor semidesnudos en la sala de su casa debajo de un ventilador de techo que con furia giraba ruidosamente. Sentado sobre el piso para ser cuidadoso de que ningún fluido inoportuno manchara el sofá donde papá dormía la siesta al llegar de trabajar.



En el momento más intenso un ruido metálico casi imperceptible, ahogado en el jadeo. La chapa de la puerta y un grito con voz chillona: ¡¡Niiiiiñaaaa ayúdame con las bolsas del mandado!!



Cubetada de agua fría, yo había escuchado hablar de los nanosegundos en la clase de física, pero nunca había experimentado ponerme de pie, bajarme la camisa, subirme el pantalón, abrocharme el cinturón, limpiarme la baba y acomodarme el cabello en un nanosegundo.



- ¡Buenas tardes señora! - Exclamé mientras fingía mi peor sonrisa hipócrita.



La señora me analizó de arriba abajo, me aniquiló con la mirada y respondió de mala gana: buenas tardes joven, ¿ya mero acaban?

- Nos falta poquito - (nos faltó poquito, pensé para mí).

- Nos vamos a ir a mi recamara a terminar de estudiar mamá-. Replico mi amada.

-No aquí quédense en la sala-. Quizá la señora pensando en evitar lo que ya era inevitable.



Así fue muchas veces, así fue siempre. Sin embargo aquella tarde cuando ya nos despedíamos en la puerta de su casa me dijo mientras me besaba que la próxima vez quería hacer el amor pero fumando marihuana. sin responder nada en ese momento, con firme extrañeza me despedí.



Ni ella ni yo jamás habíamos fumado esa madre, la verdad no tengo ni idea de donde sacaría la idea, jóvenes ansiosos por descubrir el mundo me puso en el conflicto de conseguirla para hacer realidad su nueva fantasía.



Al día siguiente fui a la parte de atrás de la cancha de fútbol de la escuela, ahí junto a los arbolitos sombras humanas “le quemaban las patas al diablo” como ellos le decían a fumar marihuana todos los días. Yo conocía al Tío desde antes, porque a veces me pedía (debí decir quitaba) dinero con frecuencia, así que no me fue tan difícil pedirle que me vendiera un poco, como no tenía ni idea de cuánto costaba le di un billete de 50.



Al Tío le brillaron sus ya cristalinas y enrojecidas pupilas, le dio el último jalón a su bachita y me dijo conteniendo la respiración: aquí aguanta. Cual chango brinco la barda y salió a paso apresurado hacia las calles. 20 minutos después regreso con un paquete gigantesco envuelto en papel periódico. -¡Aquí esta! Exclamó el Tío.



- ¡No mames güey, pues si yo nomás quería un cigarro!



Sin dejarme de mirar a los ojos con esa mirada un tanto aterradora un chiflidito largo y muy agudo salió de sus gruesos y partidos labios, como ataque de zombis, de entre los matorrales salieron como seis cabrones que juraría que hace un segundo no estaban ahí.



Movió la cabeza para indicarme el camino, los zombis y el tío caminaron hacia los arbustos, una vez ahí envueltos en las sombras que brindaban aquellas ramas, dieron inicio a lo que casi sería una ceremonia. El tío partió el carrujo por la mitad y se puso a sacarle los coquitos, al cabo de unos minutos con su gorda y reseca lengua pulía y daba forma a la gran bacha. Lo prendió, y con aquel habano en la boca daba tremendas bocanadas como si quisiera acabarseel cigarro en una sola fumada.



Al toque y roll aquel cigarrillo iba pasando de boca en boca hasta que inevitablemente llego al tipo que estaba a mi lado, mismo que al terminar me extendió la bacha mientras sus ojos como espadas penetraban mi alma.



Quiero detenerme aquí para tratar de explicar lo difícil que fue ese momento; tres segundos que serían como tres largas horas, la terrible decisión de aceptar aquella bacha y convertirme en uno de ellos o decir simplemente no y llevarme mi mota para fumarla solo con mi fantasiosa novia.



Valentía y cobardía. Quizá la valentía va pegada de la estupidez o ¿será al revés? Como aquel estúpido que decide poner una pistola en su sien y disparar con valor para termina con su cobarde vida.



¿Lo hice por cobarde, lo hice por valiente, o lo hice por estúpido?



Tome aquel cigarrillo entre mis dedos y aspire con gran intensidad, cuando quise darle el golpe mis pulmones se ahogaron y comencé a toser, algunas fumadas mas antes de pasar la bacha y sin dejar de toser, aquel churro siguió su rumbo por la derecha para regresar nuevamente hasta mis manos por segunda ocasión.



Ya sin toser, miraba entre las ramas hacia la cancha de fútbol preguntándome si alguna vez habría habido pasto sobre aquel terroso y gris baldío. El ruido de los carros rezumbaba en mis oídos como si en ese mismo instante hubieran puesto una avenida detrás de las rejas metálicas.



Seguí fumando y cuando se termino aquel churrito comencé a mirar las caras. Algunos de ellos solo permanecían impávidos con el alma secuestrada y la mirada perdida, otros recostados sobre el suelo con

la mochila de almohada. Solo el tío me miraba fijamente con una sonrisita permanente.



En ese momento habló sin aflojar ni la mirada, ni la sonrisa:



¿Tú sabes a donde fui?- Me preguntó y sin dejarme contestar continuo casi cantando.

Pues por ahí

Y me encontré a un señor que dijo así

Ven aquí

Y pues yo fui

Y me puso polvito blanco aquí

Y le hice así (sssnif)

Y me caí

Y cuando desperté pensé que habían pasado dos horas y en realidad

pasaron solo dos segundos



Al terminar soltó una carcajada inmensa que me contagió hasta la locura reía y reía y no podía dejar de reír, seguía el riendo de mi risa, y cuando yo miraba que él se reía de mi risa me volvía a reír otra vez y así interminablemente.

El estomago parecía explotarme a carcajadas. Luego saco de su mochila una bolsa pequeña de plástico con unas rocas amarillentas.



No sé cuándo o cómo terminó, un viento fresco rodó sobre mi cara cuando desperté, aun en la cancha de la escuela podía escuchar los pájaros trinando entre las ramas; yo me sentía muy tranquilo a pesar de los gritos frenéticos de los pamboleros que jugaban en la terrosa cancha. Sin verlos los miraba tratando de analizar qué es lo que había pasado, me incorporé y me sacudí el polvo de la ropa y empecé a revisar mi mochila en busca de medio Marlboro que anteriormente había guardado, ahí estaba todavía junto con mis cuadernos y mi chamarra de mezclilla y el teléfono celular con la batería muerta, mientras buscaba el encendedor en mis bolsillos noté que lo que había desaparecido era el tío, los zombis y el resto de la mota. Tragué saliva y me fui para mi casa.



Cuando llegué conecté el celular al cargador y prendí la computadora solo para encontrar más notificaciones de correo electrónico que lo usual. Escuché la puerta de la casa; era mi hermano que me miró totalmente sorprendido.

-¿Donde andabas cabrón? Nos tienes bien preocupados, anda mi mamá como loca buscándote en los hospitales y en las delegaciones. ¡¡Te pasas de pendejo!!



¿De qué hablas güey? Le respondí aun con más extrañeza y desdén. Él movió la cabeza en señal de desaprobación mientras sujetaba el teléfono de la casa para marcar un número.



Yo por mi parte totalmente consternado revise el celular ya recuperado de la batería y vi las 56 llamadas perdidas y un número igual de mensajes de texto no revisados. Fue hasta entonces cuando vi la fecha y hora en la pantalla del teléfono celular mientras mi hermano por su parte hablaba en el teléfono de la casa: sí mamá, aquí está en la casa, parece que está bien... No, no he hablado con él... Ok... ok... Yo también te quiero, hasta pronto.



-¿Dónde andabas pues? Me preguntó.

Es que andaba por ahí

Y me caí

Y cuando desperté, pensé que había pasado una hora y en realidad pasó un día.



Willy