sábado, 29 de enero de 2011

El día que duró una hora.

Sus tetas pequeñas golpeaban mi rostro, yo trataba sin éxito de capturar aquel pezón entre mis dientes, sus labios entre abiertos a ratos besaban mi boca, a ratos solo jadeaban, cerraba los ojos mientras alzaba la cara buscando callar el ventilador del techo, que con furia giraba ruidosamente. La miraba fijamente a los ojos mientras mis manos sujetaban sus nalgas por debajo de su falda y su sexo arremetía contra el mío en un absoluto frenesí, recargado contra el sillón la firmeza del piso me calaba hondo en los huesos, aun así no podía detenerme, el simple hecho de mirarle con la blusa abierta su pecho desnudo era ya para mi excitante, el sol de las cuatro y media de la tarde se colaba entre las persianas como deseando ser testigo intruso de nuestro momento, no alcanzaba a comprender como se sentía en la realidad lo que había soñado tantas veces, sus tobillos detrás de mi cadera se anudaban fuertemente, mientras sus brazos sujetaba mi espalda aprisionando nuestros cuerpos, parecíamos desesperados, parecíamos fuego, parecíamos luz, éramos jóvenes, muy jóvenes.




El día que la vi por primera vez llevaba ella sus cuadernos en ambas manos sujetándolos por enfrente de su abdomen, caminaba con pasos muy seguros rumbo a su salón acompañada de una amiga. La falda negra apenas arriba de las rodillas se movía lenta y rítmicamente mientras caminaba hacia mí, en pocos segundos recorrí sus grandes ojos negros, sus labios, su pelo largo y lacio color castaño, sus muslos, sus caderas, cruzamos la mirada cuando estuvo cerca y levanto ligeramente la ceja sin detener su caminar; luego corrió la vista hacia enfrente con cierto desdén pero ya era muy tarde porque en ese segundo me dijo su mirada: Sí, tú también me gustas. Sin parpadear la seguí con la mirada hasta que desapareció en la muchedumbre del colegio.



Como casi todas las historias la nuestra comenzó igual: Hola amiga, ¿cómo te llamas?, estás muy bonita, yo también voy a esa clase, te acabo de agregar como amiga en mi Facebook, ¿te puedo hablar por teléfono?, ¿quieres que te acompañe a tu casa?, ¿hacemos juntos la tarea?, eres muy buena onda, me encanta estar contigo, ¿sabes que el tiempo se me pasa volando cuando estoy a tu lado?, cuelga tú, no cuelga tú primero, ¿puedo abrazarte?, sabes que me encantaría poder robarte un beso... ¿Quieres ser mi novia?



Bla, bla, bla... Digo, nada nuevo. Tampoco era nada nuevo que una tarde mientras su mamá no estaba y con el pretexto de estar haciendo la tarea, hacíamos el amor semidesnudos en la sala de su casa debajo de un ventilador de techo que con furia giraba ruidosamente. Sentado sobre el piso para ser cuidadoso de que ningún fluido inoportuno manchara el sofá donde papá dormía la siesta al llegar de trabajar.



En el momento más intenso un ruido metálico casi imperceptible, ahogado en el jadeo. La chapa de la puerta y un grito con voz chillona: ¡¡Niiiiiñaaaa ayúdame con las bolsas del mandado!!



Cubetada de agua fría, yo había escuchado hablar de los nanosegundos en la clase de física, pero nunca había experimentado ponerme de pie, bajarme la camisa, subirme el pantalón, abrocharme el cinturón, limpiarme la baba y acomodarme el cabello en un nanosegundo.



- ¡Buenas tardes señora! - Exclamé mientras fingía mi peor sonrisa hipócrita.



La señora me analizó de arriba abajo, me aniquiló con la mirada y respondió de mala gana: buenas tardes joven, ¿ya mero acaban?

- Nos falta poquito - (nos faltó poquito, pensé para mí).

- Nos vamos a ir a mi recamara a terminar de estudiar mamá-. Replico mi amada.

-No aquí quédense en la sala-. Quizá la señora pensando en evitar lo que ya era inevitable.



Así fue muchas veces, así fue siempre. Sin embargo aquella tarde cuando ya nos despedíamos en la puerta de su casa me dijo mientras me besaba que la próxima vez quería hacer el amor pero fumando marihuana. sin responder nada en ese momento, con firme extrañeza me despedí.



Ni ella ni yo jamás habíamos fumado esa madre, la verdad no tengo ni idea de donde sacaría la idea, jóvenes ansiosos por descubrir el mundo me puso en el conflicto de conseguirla para hacer realidad su nueva fantasía.



Al día siguiente fui a la parte de atrás de la cancha de fútbol de la escuela, ahí junto a los arbolitos sombras humanas “le quemaban las patas al diablo” como ellos le decían a fumar marihuana todos los días. Yo conocía al Tío desde antes, porque a veces me pedía (debí decir quitaba) dinero con frecuencia, así que no me fue tan difícil pedirle que me vendiera un poco, como no tenía ni idea de cuánto costaba le di un billete de 50.



Al Tío le brillaron sus ya cristalinas y enrojecidas pupilas, le dio el último jalón a su bachita y me dijo conteniendo la respiración: aquí aguanta. Cual chango brinco la barda y salió a paso apresurado hacia las calles. 20 minutos después regreso con un paquete gigantesco envuelto en papel periódico. -¡Aquí esta! Exclamó el Tío.



- ¡No mames güey, pues si yo nomás quería un cigarro!



Sin dejarme de mirar a los ojos con esa mirada un tanto aterradora un chiflidito largo y muy agudo salió de sus gruesos y partidos labios, como ataque de zombis, de entre los matorrales salieron como seis cabrones que juraría que hace un segundo no estaban ahí.



Movió la cabeza para indicarme el camino, los zombis y el tío caminaron hacia los arbustos, una vez ahí envueltos en las sombras que brindaban aquellas ramas, dieron inicio a lo que casi sería una ceremonia. El tío partió el carrujo por la mitad y se puso a sacarle los coquitos, al cabo de unos minutos con su gorda y reseca lengua pulía y daba forma a la gran bacha. Lo prendió, y con aquel habano en la boca daba tremendas bocanadas como si quisiera acabarseel cigarro en una sola fumada.



Al toque y roll aquel cigarrillo iba pasando de boca en boca hasta que inevitablemente llego al tipo que estaba a mi lado, mismo que al terminar me extendió la bacha mientras sus ojos como espadas penetraban mi alma.



Quiero detenerme aquí para tratar de explicar lo difícil que fue ese momento; tres segundos que serían como tres largas horas, la terrible decisión de aceptar aquella bacha y convertirme en uno de ellos o decir simplemente no y llevarme mi mota para fumarla solo con mi fantasiosa novia.



Valentía y cobardía. Quizá la valentía va pegada de la estupidez o ¿será al revés? Como aquel estúpido que decide poner una pistola en su sien y disparar con valor para termina con su cobarde vida.



¿Lo hice por cobarde, lo hice por valiente, o lo hice por estúpido?



Tome aquel cigarrillo entre mis dedos y aspire con gran intensidad, cuando quise darle el golpe mis pulmones se ahogaron y comencé a toser, algunas fumadas mas antes de pasar la bacha y sin dejar de toser, aquel churro siguió su rumbo por la derecha para regresar nuevamente hasta mis manos por segunda ocasión.



Ya sin toser, miraba entre las ramas hacia la cancha de fútbol preguntándome si alguna vez habría habido pasto sobre aquel terroso y gris baldío. El ruido de los carros rezumbaba en mis oídos como si en ese mismo instante hubieran puesto una avenida detrás de las rejas metálicas.



Seguí fumando y cuando se termino aquel churrito comencé a mirar las caras. Algunos de ellos solo permanecían impávidos con el alma secuestrada y la mirada perdida, otros recostados sobre el suelo con

la mochila de almohada. Solo el tío me miraba fijamente con una sonrisita permanente.



En ese momento habló sin aflojar ni la mirada, ni la sonrisa:



¿Tú sabes a donde fui?- Me preguntó y sin dejarme contestar continuo casi cantando.

Pues por ahí

Y me encontré a un señor que dijo así

Ven aquí

Y pues yo fui

Y me puso polvito blanco aquí

Y le hice así (sssnif)

Y me caí

Y cuando desperté pensé que habían pasado dos horas y en realidad

pasaron solo dos segundos



Al terminar soltó una carcajada inmensa que me contagió hasta la locura reía y reía y no podía dejar de reír, seguía el riendo de mi risa, y cuando yo miraba que él se reía de mi risa me volvía a reír otra vez y así interminablemente.

El estomago parecía explotarme a carcajadas. Luego saco de su mochila una bolsa pequeña de plástico con unas rocas amarillentas.



No sé cuándo o cómo terminó, un viento fresco rodó sobre mi cara cuando desperté, aun en la cancha de la escuela podía escuchar los pájaros trinando entre las ramas; yo me sentía muy tranquilo a pesar de los gritos frenéticos de los pamboleros que jugaban en la terrosa cancha. Sin verlos los miraba tratando de analizar qué es lo que había pasado, me incorporé y me sacudí el polvo de la ropa y empecé a revisar mi mochila en busca de medio Marlboro que anteriormente había guardado, ahí estaba todavía junto con mis cuadernos y mi chamarra de mezclilla y el teléfono celular con la batería muerta, mientras buscaba el encendedor en mis bolsillos noté que lo que había desaparecido era el tío, los zombis y el resto de la mota. Tragué saliva y me fui para mi casa.



Cuando llegué conecté el celular al cargador y prendí la computadora solo para encontrar más notificaciones de correo electrónico que lo usual. Escuché la puerta de la casa; era mi hermano que me miró totalmente sorprendido.

-¿Donde andabas cabrón? Nos tienes bien preocupados, anda mi mamá como loca buscándote en los hospitales y en las delegaciones. ¡¡Te pasas de pendejo!!



¿De qué hablas güey? Le respondí aun con más extrañeza y desdén. Él movió la cabeza en señal de desaprobación mientras sujetaba el teléfono de la casa para marcar un número.



Yo por mi parte totalmente consternado revise el celular ya recuperado de la batería y vi las 56 llamadas perdidas y un número igual de mensajes de texto no revisados. Fue hasta entonces cuando vi la fecha y hora en la pantalla del teléfono celular mientras mi hermano por su parte hablaba en el teléfono de la casa: sí mamá, aquí está en la casa, parece que está bien... No, no he hablado con él... Ok... ok... Yo también te quiero, hasta pronto.



-¿Dónde andabas pues? Me preguntó.

Es que andaba por ahí

Y me caí

Y cuando desperté, pensé que había pasado una hora y en realidad pasó un día.



Willy