domingo, 18 de diciembre de 2011

Jóvenes

Chamarras de cuero frías, como nuestras manos. Clavículas huesudas que se botan de la blusa invitándonos a un beso, a un chupete.
Nos cayó la noche para hacernos libres, para caminar las avenidas, para titiritar de frio mientras nos ocultamos de las luces de los autos, que nos zumban, que nos pasan cerca, que nos invitan a dar un salto en medio del camino y terminar de una vez por todas con todo esto.
Somos ángeles negros, sucios de hollín, con las alas quebradas, quemadas de cigarrillo y pintadas de grafiti. Somos perros flacos, vagabundos, sin alma y hogar, solo huesos y pellejo, deambulando las calles, hurgando entre recuerdos, buscando amor o la colilla de un cigarro, lo que aparezca primero.
Somos dos novios flacos, de pantalones escurridos a las caderas, de piel blanca y uñas negras, somos jóvenes, somos ebrios, nuestras risas locas, nuestros besos con los labios resecos. Tenemos charanda y música de fondo, podemos pasar la noche entera platicando.
Porque un día dejaremos de ser esto, engordaremos y nos vestiremos de traje y corbata, nos sentaremos a ver el futbol y a quejarnos de nuestras vidas, de las cuentas pendientes y los impuestos. Un día seremos lo que hoy odiamos, cuando matemos esto que amamos.
Pero solo por hoy, seamos jóvenes, otra vez y para siempre. 

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Rey Mago

Volteé a ver el reloj y vi las 4:30am. Mi mamá me decía en voz baja “Willy, Willy, despierta, necesito hablar contigo”. Mi papá unos pasos atrás de ella, también estaba allí más alejado, con cara seria y la chamarra de mezclilla con borrega puesta. Fue hasta que lo vi a él que noté que mi mamá tampoco estaba en pijama sino que también estaba vestida con su gabardina negra.
Caminamos hacia la sala y nos sentamos en el sillón, se les veía preocupados, tristes, angustiados. Yo apenas tenía ocho años pero sabía que algo estaba mal. Era seis de enero.





Un día antes mi hermana había puesto dentro de su zapato una carta con la lista de juguetes que le pediría a los reyes magos, yo mismo le ayudé a hacer  los dibujos para que no se fueran a equivocar. El año pasado había pedido un hornito para hacer pasteles que sabían a hot cakes, ese estuvo bueno, no como sus muñecos que simulaban bebés horribles con miradas escalofriantes, que abrían los ojos cada vez que los levantabas.

A mí me habían traído una consola para jugar videojuegos con varios cartuchos, solo eso me trajeron, sin embargo fue un regalo excelente, mis primos venían a la casa y jugábamos en turnos de dos. Era muy divertido hasta el momento en que mi hermana quería jugar con nosotros, y obvio, no sabía y yo terminaba regañado y castigado por gritarle y no dejarla jugar.
Para este año yo había pedido una bicicleta, la que tenía ya no me quedaba y las de salto se estaban poniendo de moda entre los chicos de la cuadra.


Por eso me sorprendió voltear a ver el arbolito de Navidad vacio faltando tan pocas horas para amanecer y mis padres vestidos y con cara de angustia llamándome en la madrugada a platicar en la sala.
-¿Ya sabes quiénes son los reyes magos?-, me preguntaron. 
Tuve miedo de responder que mi primo Víctor me había dicho ya desde hace varios meses atrás que los reyes magos no existían, que eran los papás. Sin embargo asentí en silencio con la cabeza. Mi mamá no pudo contener el llanto y me abrazo mientras sollozaba.


-Nos robaron los juguetes, Willy. Fuimos a casa de tu tío Ernesto que los tenía guardados en la bodega de su negocio, y cuando salimos, pasamos al mercado a comprar la botita de dulces, fue cuestión de unos minutos que nos alejamos del carro y cuando regresamos habían abierto la cajuela y se llevaron todo.-


Sin dejar de llorar, continuó mi madre su relato. –Estuvimos buscando jugueterías y centros comerciales abiertos pero ya no encontramos nada, algunos inclusive ya habían cerrado, además ya no teníamos mucho dinero, así que lo único que pudimos hacer fue regresar al mercado y comprarte un balón de futbol y una muñeca a tu hermana.


Sus lágrimas me contagiaron y empecé a llorar con ella, mi padre también lloró un poco.
Me puse de pie y saqué la consola de los videojuegos, mi mamá supo cual era mi intención y me dijo que no, que estaba bien, que ya verían que hacer más tarde.


-Mami, yo sé que ya no tiene dinero y ella siempre ha querido el videojuego, se lo quiero  regalar.  La caja original servía para guardar los cartuchos, así que solo tuvimos que limpiar todo, empacarlo nuevamente, envolverlo y ponerle una tarjeta con  su nombre.


Volvimos todos a la cama, me acosté llorando en silencio y no me di cuenta cuándo me dormí, hasta que mi hermana todavía en pijama y despeinada me despertó sonriente -¡Willy, Willy, los reyes magos me trajeron un Nintendo!, ¡como el tuyo!-


La abracé fuerte, compartiendo con ella su alegría. Sí nena, como el mío, a ver, vamos a verlo.

Ese día fui Rey Mago a los ocho años.