viernes, 17 de junio de 2011

Frente al espejo.

Así que ese día me encontré a mí mismo frente al espejo gesticulando, revisando si se me salian los vellos de la nariz, si la barba estaba alineada y ensayando mis sonrisas, improvisando lineas para presentarme y saludar, pensando en temas de conversación, en las posibles respuestas y en las reacciones que tendría.

De repente, un recuerdo golpeó mi mente y me pregunté entonces dónde habrán quedado los días en que de manera natural saludaba e improvisaba una charla amena con cualquier mujer.

Cómo esos tiempos de adolescencia, cuando en el camión me sentaba al lado de una chica y comenzaba a leer mis poemas en voz alta, sin importar lo raro que me vieran, tal vez con toda la intención de que así fuera.

De regreso a mi imagen en el espejo, muchas preguntas surgieron en ese momento, pero todas dirigidas hacia lo mismo: ¿qué pasó con nosotros, con la comunicación?

Nos encontramos amando y esperando un estímulo virtual de aquel amigo o amor remoto, distante, atrapado detrás de una pantalla, de una fantasía, de un sueño que se sueña despierto pero a la vez ensimismado y ausente de la vida cotidiana.

Dejamos (sin darnos cuenta) de brindar atención en las personas que nos rodean, buscamos cada oportunidad y cada tiempo para volver aquí, para saludar a los amigos, para sentir que le importamos a alguien, a ese alguien que está lejos, que no nos conoce, que nunca lo hará.

Y mientras eso pasa, dejo morir la sonrisa que estaba ensayando en el espejo y me sorprendo ahora limpiando una lágrima de mis ojos.

Pero qué voy a saber yo de eso, si  me alegro cada vez que tengo nuevos y más lectores, gente que me quiera escuchar mientras yo mismo cierro mis oídos a quien me habla, a quien me ama.

Apago el teléfono y me dispongo entonces a salir así, sin guión ni ensayo a mi encuentro.